Carlos Soto Campos
Eduardo López, de 62 años, ha vivido como proyeccionista todos los cambios de la tecnología: desde la proyección de película de 35 mm hasta los equipos digitales. Foto: Mayela López
Eduardo López, de 62 años, ha vivido como proyeccionista todos los cambios de la tecnología: desde la proyección de película de 35 mm hasta los equipos digitales. Foto: Mayela López
Si uno lo piensa mucho, el cine es una experiencia extraña. Somos decenas, a veces cientos de personas en una sala sentados, en orden, viendo a súper héroes “salvar” el mundo o tratando de contener las lágrimas porque otras personas –que no existen– están sufriendo. Todos estamos quietos y la mayoría nos mantenemos en silencio por todo lo que dure la cinta.
Comprar la entrada, adquirir algo de comer en la confitería y sentarse en una butaca por dos horas es un proceso casi automatizado, que rara vez cuestionamos. Esto hasta que una película es lo suficientemente extraña para que nos cruce el pensamiento por la cabeza: ¿cómo llegué hasta aquí?
Fue en medio de la última cinta de Quentin Tarantino que me surgió esta pregunta. Ver a actores grabar una película dentro de una película me hizo pensar ¿de dónde vienen estos filmes? Bueno, sí, de Hollywood. Pero, ¿cómo llegaron hasta ahí, a ese cuarto en donde se proyecta el filme? ¿Quién lo proyecta?
Eduardo López es quien ha trabajado 30 años proyectando películas en el Cine Magaly, es el que se encarga de armar la fiesta. “Siempre le digo a mis nietos que sin toros no hay fiestas. Pueden poner comidas y juegos, pero sin eso, es cualquier turno”, cuenta López sobre sus aficiones fuera del trabajo.
Si comparamos el cine con un redondel de toros, Eduardo es el encargado de abrir el redil para que se suelten todos los toros (o los superhéroes). Es un trabajo riesgoso, solitario, poco apreciado pero muy necesario para el disfrute de los demás.
La tecnología nos facilita ver películas en nuestras casas, en computadoras o celulares, pero para que el cine sea cine tiene que oler a palomitas y tiene que haber un serhumano encargado de que la película llegue al público.
Así, nos propusimos conocer a Eduardo, que en tres décadas de oficio ha visto el cambio de la tecnología en los cines y especialmente en el Magaly, la única sala antigua de San José que sigue recibiendo público.
En la cabina
La sala principal del Magaly tiene 557 butacas y es el espacio predilecto de los fanáticos del cine independiente. Foto: Melissa Fernández/Archivo LN
La sala principal del Magaly tiene 557 butacas y es el espacio predilecto de los fanáticos del cine independiente. Foto: Melissa Fernández/Archivo LN
El Cine Magaly tiene un balcón amplio y alto, un lugar disputado por los cinéfilos que no le temen a la miopía. La sala es enorme, tanto que desde el fondo de ella –al fondo del balcón– se pueden medir 40 metros hasta la pantalla. Al fondo de ese balcón hay una gradas que llevan a la cabina de proyección.
La sala se ha modernizado pero la cabina siempre ha sido la misma, con una entrada y una salida. Ahí en esa cabina de control ha estado Eduardo López, de 62 años, solitario pero no ermitaño.
A pocos minutos de entrar a la cabina con él ya está explicando cómo funciona todo y cómo funcionaba antes. Mucho ha cambiado, claro. Cuando él empezó en ese oficio había que traer al país grandes carretes de cinta de unos 900 metros cada uno y cambiar el rollo a la mitad de la película.
“Al lado derecho de la pantalla aparecía un puntito blanco y esa era la señal”, cuenta Eduardo, y luego enseña una máquina en la que se acostaban los carretes para unirse y que la magia del cine no se interrumpiera a media película. Proyectar es un oficio mitad ciencia y mitad magia, porque sí, aunque uno conozca las máquinas, usarlas cuando hay cientos de personas esperando es algo diferente.
Las cintas debían entrar a un proyector que se ve como una caja fuerte – casi del tamaño de Eduardo, que mide 1,7 m– pero que debía pasar por distintos canaletes para obtener de una cinta la imagen y el sonido. Es como enhebrar la aguja de una máquina de coser enorme, tan frágil y tan complicado como suena.
“Hay cosas de lógica. Una vez tuve un día libre y a la primera función me llamó el muchacho que me estaba cubriendo porque toda la cinta se le enrolló y viajé desde mi casa, desde Moravia para solucionarlo. ¡Tardé 30 segundos en desenredarlo!”, cuenta muerto de risa.
Despedida
Eduardo vive en Moravia desde hace varios años. Con un trabajo atípico, que le demanda ver una misma película cuatro veces al día, compró una casa y pudo proveer a sus tres hijos. Ahora tiene 8 nietos y cuando no está en la cabina de proyección no ve muchas películas, dice, aunque sí tiene una favorita en DVD, Cinema Paradiso, una película en la que un hombre abandona todos sus planes de vida para dedicarse a su pasión: el cine.
“Es muy bonita, es como ver el trabajo de uno plasmado en una película. Cuando los muchachos usan una bicicleta para devolver el carrete... Eso es el trabajo, o más bien así era”, cuenta emocionado.
Eduardo es guanacasteco y por eso cree que los toros no pueden faltar en una fiesta. Es de Santa Cruz, y por eso todos los eneros se va allá a celebrar en grande al Santo Cristo de Esquipulas con comidas, bailes con marimba, la diana de la madrugada y las corridas de toros (su favorita es la corrida de la madrugada).
“Cuando vine aquí, al Magaly, le dije a don Luis (Carcheri, el dueño), que mi única condición era que me guardaran las vacaciones a mediados de enero, para irme a las fiestas”, cuenta Eduardo, que es un bailarín aficionado del salsa, merengue y boleros. ¿Reguetón? Un tajante no. La misma negativa la aplica al trago o el cigarro.
* * *
El trabajo de proyeccionista es solitario y quizá por eso Eduardo se ha vuelto tan buen conversador.
Eduardo ha ido y venido, junto con el cine. En 1978 cuando la sala, Eduardo llegó al Magaly a trabajar como conserje y haciendo labores de mantenimiento. Uno de esos trabajos fue llevar el famoso proyector a la cabina donde ahora trabaja.
“Tuvieron que abrir un hueco en la pared y traer una grúa, era imposible alzarlo por las gradas, ¡pesa unas dos toneladas!”, explica. Las computadoras empezaron a llegar, también. En 1994 el Magaly instaló un sistema de sonido digital para mejorar las experiencias, pero las películas seguían llegando en carretes. “La versión subtitulada y la versión en español venían en diferentes rollos”, explica.
Eduardo exhibe uno de los carretes que perduran de la época de la cinta. Ya casi no se exhiben películas de esa forma en el país. Fotos: Mayela López
Eduardo exhibe uno de los carretes que perduran de la época de la cinta. Ya casi no se exhiben películas de esa forma en el país. Fotos: Mayela López
En el 2011 la administración del Cine Magaly anunció que cerraba sus puertas, momento en que las redes sociales se llenaron de nostalgia por el cine. Este espacio debutó con The Turning Point (Momento de decisión) del estadounidense Herbert Ross y también fue el hogar de películas costarricenses como La Segua, Eulalia y Asesinato en El Meneo. Era –y sigue siendo– parte de la historia cinematográfica del país.
El cine cerró para el público, pero Eduardo era de los pocos que volvía. Una vez al mes echaba a andar el proyector y revisaba que todo trabajara bien. Él fue el único que no tuvo que despedirse permanentemente del Magaly.
Al mismo tiempo que cuidaba del cine josefino, trabajaba en las salas del Mall San Pedro.
“Me pasaron a San Pedro, que es más grande. Cuando la primera mitad de la película se acababa, había que llevarlo a la siguiente sala para la siguiente tanda que empezaba. Las cintas se gastaban tanto en un mes que había que traer más y las que ya no servían se botaban, contaminaba mucho eso”, recuerda el proyeccionista.
Aparte de tener que cambiar de sala en sala –y a veces tener que correr con un carrete de cinta– trabajar en el Mall San Pedro le trajo a Eduardo un nuevo reto. El cine tenía proyectores digitales, una nueva tecnología que suponía menos trabajo manual y más frente a una computadora. Una nueva tecnología que había que aprender sí o sí.
Eduardo dice que tuvo suerte de aprender este sistema, pues cuando el Magaly reabrió sus puertas en junio del 2012, en el edificio de San José lo esperaban un proyector de cinta y uno digital.
El Cine Magaly se renovó en el 2017 con una nueva pantalla y la instalación de 180 páneles solares. El cine opera en un 90% con energía limpia. foto Jeffrey Zamora/Archivo
El Cine Magaly se renovó en el 2017 con una nueva pantalla y la instalación de 180 páneles solares. El cine opera en un 90% con energía limpia. foto Jeffrey Zamora/Archivo
La posibilidad de proyectar material digital le permitió al Magaly tener mayor variedad de películas, sobre todo las nacionales y las independientes, que se graban en su mayoría en digital para abaratar costos de producción. De hecho, el Cine Magaly se ha vuelto un hogar de facto para estrenar los filmes ticos.
Eduardo seguro es de los pocos costarricenses que ha visto todas las películas nacionales que se han estrenado en la última década, aunque también todas las películas que llegan al Magaly durante el Festival de Cine Europeo, los festivales de cortos y las cintas argentinas de comedia que tanto le gustan.
El futuro es hoy
La cabina en la que trabaja es oscura y tiene algunos souvenirs de otras épocas: carretes de cinta viejos, bulbos (lámparas) para el proyector, cables, equipos de sonido y mi parte favorita: un apagador casi diminuto que mueve el enorme telón de la pantalla principal del cine.
Las proyecciones del Cine Magaly en su sala principal (con 557 butacas) y La Salita (para 72 personas, inaugurada en el 2017) se realizan desde una laptop ubicada en la cabina de proyección. Ahí Eduardo controla las dos películas y que se reproduzcan los trailers.
Antes su trabajo consistía en algo azaroso como pegar dos rollos de cinta en el momento adecuado, ahora todo se soluciona con algunos clics. Las películas ya no llegan en cintas sino en discos duros portátiles, que requieren una serie de claves y archivos descargables para poder reproducirse y sobra decir, son casi imposibles de copiar.
“Descargamos la película y el mismo sistema me dice si ya se puede reproducir o no, a veces no se puede hasta unas horas del estreno mundial”, dice señalando la pantalla de la computadora, donde se ve que ya están listas Los muertos no mueren y Guasón, los estrenos de este fin de semana.
Las máquinas proyectoras ya no tienen el sonido de la cinta dando vueltas, pero sí emiten calor y vibran lo suficiente como para producir un sonido. La máquina actual de la sala principal tiene unos 22.000 lúmenes, lo necesario para proyectar desde la cabina que está a 40 metros de la pantalla.
Eduardo López sabe que está cerca del retiro, pero por el momento disfruta de su trabajo en el cine. Foto: Mayela López
Eduardo López sabe que está cerca del retiro, pero por el momento disfruta de su trabajo en el cine. Foto: Mayela López
“Son muy delicados, para abrir esa máquina y cambiarlos se usa un protector, porque te puede estallar en la cara; para eso se llama a un técnico. Una vez eché a andar la película, caminé dos pasos y escuché ¡bum! Estalló de golpe. Era la última tanda y tuvimos que cancelar todo”,
“Durante la edición anterior del CRFIC (Costa Rica Festival Internacional de Cine) tuvimos un problema con uno de los equipos de sonido, porque la misma marca descontinúa los repuestos y se vuelven obsoletos”
Como la tecnología corre tan rápido, este proyector funciona pero ya se va a quedando atrás, los mismos repuestos dejan de conseguirse al tiempo y es casi obligado cambiarlos. De hecho este bicho (proyector digital) ya ahorita hay que cambiarlo, lo que viene es el láser, que tiene mejor calidad de imagen y es más pequeño. Así es la tecnología.”
“Eduardo, aquí lo único que dura es usted”, le digo y se echa una carcajada. “Sin embargo, hay que actualizarse también”, me dice.
A Eduardo le quedan un par de años trabajando en el cine. Formalmente ya se pensionó, pero se ha mantenido en el Magaly trabajando mientras se hace relevo generacional (y porque le gusta, admite).
Sus días sin el cine y fuera de esa cabina serían muy diferentes, dice con un tono tranquilo y sin explicar si serían mejores o peores. Solo diferentes. En el horizonte se vislumbra un cheque en blanco con mucho tiempo, que de seguro será bien aprovechado todos los eneros, bailando frente a una marimba.