Bailar con “Queen”
y “El baile de
la gacela”
*Gabriel González-Vega
Queen, forever
El buen cine tiene valor universal. Se parte de lo
concreto y se llega a interesar a públicos diferentes alrededor del mundo
gracias a que conecta con esa humanidad más amplia que nos hermana a todos. Uno
de los beneficios de viajar -algo en lo que me empeño, mochilero jubilado, es
comprender cómo, con sus manifiestas diferencias, los seres humanos compartimos
lo esencial. Somos variaciones de un mismo ser. Acaso expresiones de una sola
magnífica inteligencia del universo. Máxime nosotros, los sapiens, únicos
sobrevivientes de la veintena de especies del género homo.
Así disfrutamos de películas que sentimos muy cercanas,
como “Rapsodia Bohemia”, por
nuestro apego a la excepcional música pop de Queen y la admiración de la compleja personalidad de Freddie Mercury. El filme, que no
alcanza la enorme estatura del grupo británico, sí está muy bien hecho y
cautiva -el público lo adora, igual que a la banda, o mejor dicho, a ésta a
través del audiovisual. Sin embargo, acierta la crítica al señalar que algo
falta, quizá más profundo, intenso y desgarrador; algo más reflexivo que el colorido
carrusel dramático que muestra. Falta, pienso, de lo que carece su director Bryan Singer, sin duda notable artesano
del cine, de gran destreza tecnológica, pero no filósofo ni artista como
habríamos deseado para este filme (como un Alan
Parker, un Danny Boyle o un Alfonso Cuarón; por no decir un Derek Jarman resurrecto). Mas, sin duda
la recomiendo, antes que me canten “don´t
stop me now…”. Que se disfruta se disfruta. A fin de cuentas los Queen originales Brian May y Roger Taylor
la produjeron y el poco conocido protagonista Rami Malek (que mereció el Óscar al mejor actor) hace un esfuerzo
descomunal para acercarse a Mercury;
es tan bueno que a ratos se lo creemos. Una clave que me encanta es que Freddie dice que su relación máxima con
Mary Austin, la misteriosa mujer que
siempre amó más allá de su condición de gay, se basa en que “creemos el uno en el otro”.
Un baile… lleno de gracia
Cuando un filme, además, surge de nuestro entorno, y
logra empatía con el espectador y sus dimensiones, mejor aún. Es el caso de la
ópera prima de Iván Porras -cine
costarricense premiado en Montreal- que ha sido bien recibida por el público
aquí, aunque alguna crítica la trata con displicencia.
La fui a ver dos veces y salí convencido. En especial de
lo positivo de su historia, simple e ingeniosa. Y con un trasfondo humanista
admirable. Y además urgente. Está bien estructurada, más lenta al inicio, con
giros atractivos. No es pretencioso y eso se agradece; no trata de ser genial y
no hace falta. Otras pecan por ser una mezcla lamentable de ambición y falta de
talento. Mas este relato fluido complace, interesa, y deja valiosas enseñanzas.
Acierta al penetrar el mundo de los adultos mayores; lo hace con amabilidad,
con ternura, con agudeza. No olvidemos que sufrimos una sociedad donde la vejez
es una maldición, donde la experiencia se menosprecia, donde la solidaridad se
desvanece. También trata con sagacidad y elegancia la diversidad de género y
sexual. Tema difícil, polémico, divisivo; lo lleva con cautela y discreción, y
cuando nos damos cuenta ya ha hecho una defensa radical de la libertad de
construir los sueños de cada uno, de amar a quien nos nazca. La obra dice mucho
más de lo que parece; en el fondo es revolucionaria mas no se jacta de ello. Y
eso la hace más eficaz.
Bien, por la carga simbólica. El protagonista y el
público siguen un proceso de apertura mental en varios sentidos. Que sea
futbolista, deporte que muchos practicamos y adoramos, pero que ha sido refugio
de machismo y homofobia, aumenta el valor de ese camino hacia la madurez y el
respeto. Bien que a diferencia de algunos concursos televisivos de baile
anodinos, con supuestas estrellas locales -hasta lacras de la política desfilan
por esas pasarelas tan artificiales-, en la peli hay una competencia más libre,
más alegre, más auténtica. Gente que se niega a dejar de disfrutar la vida, juntos,
cuando la soledad amenaza, aunque los achaques la acongojen. Bien por la
relación erótica de la pareja de bailarines, tan natural, tan hermosa; urge que
se respete la sexualidad de la gente mayor, que se comprenda su necesidad y
naturalidad. Bien por la generosidad y entusiasmo con que la nieta lo atiende,
sabidos de la frecuencia con que los jóvenes los marginan. Bien por el humor
que atraviesa toda la obra, casi siempre sutil, destemplado en el personaje vehemente
de Marenco. Que, por cierto, qué
dicha que se incluyó a valiosos intérpretes nacionales, como Álvaro, gente fogueada en el teatro, la
televisión y nuestro aún escaso cine, que a veces las personas que improvisan
en otras películas no dan la talla o las ponen allí forzando el argumento para
explotar un personaje ya construido en el imaginario popular, especialmente
televisivo. Para mi fue un deleite volver a ver a Mariano González, Arabella Salaberry,
Jaime Hernández, Winston Washington y al mismo Marenco, que hacen un trabajo digno, correcto;
a veces brillante. Mención especial merece mi antiguo profesor de artes
marciales (en Patria Joven), Patricio
Arenas, que construye un personaje excepcional, de una riqueza emocional
enorme, digno de los mejores filmes, no de aquí, del mundo. Hay varias capas de
significado en su historia de lucha contra el prejuicio, de logros y sinsabores;
una tensión formidable entre su Eros y su Tanatos, extremos impuestos por una
sociedad excluyente. Junto a la carismática y experta Vicky Montero, Marco Antonio
Calvo se defiende muy bien y logra sostener el filme; es meritorio porque
constantemente tiene que expresar emociones nuevas. También aprecio la
ambientación adecuada, así como la fotografía funcional que sabe usar los
primeros planos y los planos detalle con gran destreza y un sonido excelente,
asunto que en este país con frecuencia incomoda.
Cine nacional agradable, ni rebuscado ni baboso como lo
hay, con un mar de fondo para el que se detenga a examinarlo, mas suficiente, a
la primera mirada, para sembrar buenas intenciones e iluminar otras historias. Dos
ideas -palabras más palabras menos- me sedujeron: “Todos tenemos nuestra final del `76”, es decir, todos hemos caído
muy bajo y sin embargo podemos levantarnos. Y “La danza es lo mejor que te puede pasar en la vida. No lo olvides nunca.”
Aplica a la danza, sí, maravillosa; aplica al arte, aplica a la vida misma. “El baile de la gacela” es en definitiva un filme sobre la
maravilla de estar vivo, de aún estar vivo. ¿Qué más se le puede pedir a la
vida?
*Académico jubilado de Estudios Generales, UNA
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